El
aburrimiento es extremo, las horas pasan con imposible lentitud en la
exasperante monotonía de las clases. Las moscas revolotean por el aula captando
la atención de los alumnos con sus constantes choques contra los cristales de
las ventanas. La profesora hace una llamada a la atención de sus alumnos, que
estaban haciendo caso a cualquier cosa menos al temario de historia de la
filosofía que les estaban explicando.
Mientras la maestra se quejaba del poco caso que le hacían y les
recriminaba su propia irresponsabilidad por descuidar de esa forma sus
estudios, ella proseguía con su monólogo mientras los alumnos, por su parte, volvían a sus propios
mundos donde no entraban ni Platón ni nada que tuviese que ver con su
filosofía.
Finalmente toca el timbre que indica el comienzo del recreo y, tras algo
de revuelo, los chicos y chicas desfilan por la puerta del aula en busca de sus
amigos de otras clases.
Gaia,
una chica de 17 años, ojos azules, pelo largo, dorado- cobrizo y actitud fría,
que acababa de abandonar la clase, se apoya con absoluta elegancia contra la
pared enfrente a la puerta del aula contigua a la que ella acaba de abandonar y espera, pacientemente a que salga Serenna, una hermosa peli-castaña, de ojos
dorado oscuro; cuando esta, se reúne con ella, se saludan y juntas se dirigen
hacia el lugar donde habían quedado con otros de sus amigos.
Llegan finalmente al lugar acordado donde las reciben Teroth, su pareja
Arisa y la tercera en discordia, Lune; los dos primeros pertenecen a otro
instituto y la tercera va un curso por debajo de las chicas, que están en
último año.
Tras
los correspondientes besos y abrazos, todos comentan como les ha ido el día y
narran anécdotas divertidas de lo que han hecho o dicho otros compañeros y
profesores, seguidamente se quejan por las clases que aún les quedan y, entre
bromas y conversaciones pasa el tiempo. Lune, avisa de que acaba de tocar el
timbre para volver a las aulas y, muy a su pesar, se separan los amigos para
soportar, dos tediosas horas de clase o, más bien, para, “dormir un rato” sobre
los pupitres.
Pasadas las correspondientes horas, el timbre que tanto se ha hecho tardar,
suena anunciando el final del horario lectivo y, aprovechando que es viernes,
los alumnos salen causando más alboroto del acostumbrado al recoger sus cosas y
vaciar las aulas.
Gaia,
con los cascos puestos, se dirige, como acostumbra, a esperar al bus que la
llevará a casa; como siempre, encerrada en sus pensamientos, camina por la
acera exterior al centro de estudios al ritmo que marca la canción que estaba
escuchando en ese momento, totalmente ajena al hecho de que un apuesto e
impresionante moreno de pelo largo y liso y ojos chocolate la sigue. Cuando el
joven la alcanza, se pone a su altura y le toca la mano con cautela. Girando la
cara, Gaia, se encuentra frente a frente con su novio, Aziel. Durante un
segundo, una sonrisa rompe la sempiterna seriedad de su rostro, al momento,
ella se quita uno de los cascos, y, en el mismo movimiento, lo abraza feliz,
sintiendo los músculos del chico flexionarse bajo la piel.
Aziel
le devuelve el abrazo con gusto, las muestras de afecto de su niña, no son muy
frecuentes de modo que, tomando provecho de la situación, la alza entre sus
brazos sintiendo la suavidad de su piel bajo las manos, la hace girar a su
alrededor y, finalmente, la besa con pasión.
Una
vez se separan, Gaia le toma la mano y continúan con el camino hacia la parada
del bus como si no hubiese ocurrido nada, comentan como les ha ido el día y lo
que han hecho durante la mañana.
Cuando llega el autobús, con pena, se separan y Gaia, una vez sentada,
vuelve a cubrirse los oídos para que nadie la moleste y pierde su mirada en
algún punto del paisaje que pasa ante sus ojos en la ventana. Llevaba todo el
día con dolor de cabeza, una molestia que parecía estar poco dispuesta a
desaparecer.
Ella
estaba deseando llegar a casa, echarse en cama, y dormir una pequeña siesta a
ver si el condenado dolor remitía lo suficiente como para permitirle hacer los
deberes y estudiar sin tener que forzarse.
Una
vez en casa, sube al estudio y se quita la mochila y los cascos, quita también
la cazadora y baja a comer. Cuando llega abajo, saluda a su padre que está en
el salón y va hasta la cocina, donde su madre está viendo las noticias.
Al
entrar la saluda como siempre y se sienta a comer, una mueca de disgusto cruza
su cara, se pregunta por qué nunca podría haber algo que le gustase para comer.
Bufando, tomó la primera cucharada de puré de calabaza y detuvo las arcadas
justo a tiempo, respiró hondo y tomó otra, las arcadas volvieron. Esto va a ser
muy largo suspiró, y siguió comiendo para ahorrarse escuchar el ya consabido
discurso sobre desaprovechar la comida, que había gente muriendo de hambre y
que ella tiraba tal regalo por el fregadero…
Mientras luchaba contra su cuerpo para obligarlo a ingerir algo que le
resultaba tan repugnante escuchó de fondo la televisión en la que daban las
noticias; el presentador estaba hablando acerca de una consecución de brutales
asesinatos que se habían producido a primera hora de la mañana en un pequeño
pueblo; no quedaba ya nadie con vida, parecía que un grupo de animales habían
atacado a una persona y que la sangre, les había puesto ganas de más y acabaron
por destrozar el pueblo al completo.
Nadie podía explicar que era lo que había ocurrido y comentaban el
terrible estado en el que se encontraban los cadáveres. Por unos instantes, la
cámara enfocó, como por error, uno de los cuerpos, lo que le arrancó un grito a
la madre de Gaia, mientras que ella se quedaba fría. En ese instante algo
similar a un flash cruzó su mente y vio a una manada de lobos enormes atacando,
se vio a sí misma en medio de un bosque, armada y luchando contra los cinco
lobos que formaban la manada. El dolor de cabeza volvió, ms intenso que antes y
la imagen desapareció, acompañada de una violenta arcada, coincidiendo este momento
con el que ella introducía una cucharada en su boca e, instintivamente, vomitó
todo lo que había ingerido.
Enfadada consigo misma se limpió la boca con el dorso de la mano y,
luego limpió lo que había manchado y subió a su cuarto con la escusa de
sentirse mal. Apoyada sobre la cama, cerró los ojos en in intento de aliviar su
dolor de cabeza. Poco después e intentando calmarse y destensar sus músculos,
se quedó dormida.
Las
sombras de esa zona las proporcionaban los enormes árboles, el prado circular, estaba
despejado, en sus manos dos espadas de tamaño medio. Frente a sus ojos, un
apuesto chico de pelo blanco y piel azulada y oscura, con ojos rasgados y
también armado sonreía. Gaia no sabía cómo reaccionar pero cuando el joven
atacó, su cuerpo se movió solo, ataques y defensas se sucedían sin pausa, la
sonrisa retadora del chico se iba esfumando y cambiaba a una mueca de
concentración, él tenía un gran estilo con la espada, pero también ella lo
tenía aunque desconocía totalmente de dónde lo había sacado. La sangre manchaba
sus ropas y finalmente, ella venció.
- - Volvemos a lo de siempre – el hombre
sonrió.
- - No lo dudes Valiant – era esa
realmente su voz, dudó, pero salía de sus labios, se sentía extraña, veía lo
que hacía y oía lo que decía pero no tenía la seguridad de mantener el control
de su cuerpo, probó y comprobó que realmente su cuerpo la ignoraba
olímpicamente y, la parte de su personalidad que siempre ocultaba tras una gran
capa de autocontrol era la que dominaba su ser, su frialdad y la energía que la
envolvían delimitaban un campo de ataque indeterminado. Pronto la capa de poder
que la rodeaba desapareció regresando a su cuerpo y tomando este con lentitud.
-
Hermana, te echaba de menos – el hombre
peliblanco seguía hablando sonriente de nuevo.
-
Si no viajaras tanto no te pasaría
esto – le estaba reprochando algo a semejante tipo, la pobre Gaia ya no sabía
que pensar, daba la impresión de que tenía bastante confianza con él, impresión
que se intensificó cuando él llegó hasta ella y la besó la sonrisa sin perder
esa inquietante sonrisa.
Ante
la sorpresa que todo eso le provocó, Gaia abrió los ojos en cama. A que ha
venido eso, se preguntaba seria, mirando
al techo de su cuarto con la cabeza en las imágenes que acababan de alcanzarla
como una bofetada. Por qué aquel tipo le había llamado hermana y, por qué había
besado su mejilla; más importante, quién era él, de qué lo conocía y por qué
ese beso se había sentido tan natural.
El
dolor de su cabeza se había incrementado, el sueño, en lugar de aliviarla había
hecho empeorar todo. Fastidiada, dolorida y molesta consigo misma, se negó a
cerrar los ojos y se levantó de la cama, se detuvo inmóvil durante unos
instantes por el mareo de moverse tan rápido después de tanto tiempo de
inmovilidad. Pensando en qué había hecho para estar así en ese momento y
susurrando por lo bajo que alguien debería odiarla, fue al estudio y encendió
su ordenador portátil.
Añado una imagen de las armas a las que se hace referencia en el próximo capítulo, son sais, si alguien quiere saber más de ellos.